Por: Gerardo Suárez
Un grupo de mujeres crea un espacio de colaboración para mejorar sus ingresos económicos, mediante un emprendimiento comunitario de producción y comercialización de huevo orgánico. Todas las integrantes del grupo saben hacer de todo en la organización: producen, acopian, comercializan, se capacitan y también capacitan a otras mujeres. Esto les ha permitido generar ingresos para ellas y sus familias, y ser un referente para otras personas, tanto en su comunidad como en comunidades vecinas.
En las comunidades rurales, la escasez de oportunidades económicas locales pone a las familias ante decisiones difíciles. Sin suficientes fuentes de empleo remunerado en sus territorios, muchas personas se ven presionadas a tomar la decisión de emigrar a centros urbanos en busca de empleos asalariados.
Sin embargo, salir de la comunidad, muchas veces, no es el deseo de las personas, sino la respuesta a una necesidad, que implica alejarse de las familias y amistades, y en varias ocasiones de los espacios seguros y de apoyo. “Es un sacrificio que no harían si no tuvieran esa necesidad”, explica Lidia Mo Pol, habitante de la comunidad de Kancabchén e integrante del colectivo Pollita Feliz.
Lidia no tuvo que hacer ese sacrificio, porque en 2020 ella y otras 10 mujeres de Kancabchén formaron un colectivo dedicado a la producción y comercialización de huevo orgánico, llamado Pollita Feliz. En este emprendimiento vieron una buena oportunidad para generar ingresos. No obstante, su experiencia reveló una contradicción: existe una urgencia para que las mujeres ocupen lugares que históricamente les han sido negados, pero sin cuestionar críticamente los roles de género ni concretar las transformaciones que requiere una sociedad más equitativa e igualitaria.
“Para las mujeres no es sencillo entrar en un nuevo proyecto, porque ya tenemos muchas ocupaciones, como el cuidado de los hijos, atender nuestros hogares y otras ocupaciones”, explica Zuemi Areli Ku Cimé, presidenta del colectivo”. Por ello, el primer año fue desafiante por la multiplicidad de tareas: “teníamos que acudir a muchas reuniones, a capacitaciones y teníamos que hacer varias actividades”. Pero esto no fue un impedimento porque” también hay muchas que tienen la ilusión de poder participar en proyectos como este de Pollita Feliz, para aprender nuevas cosas, tener su propio dinero y vivir con menos presión económica
Más allá de la capacitación técnica, las mujeres de Kancabchén desarrollaron todo un sistema de organización colectiva que se convirtió en la verdadera fortaleza de su emprendimiento. Lidia Mo, actual administradora del colectivo, explica ” Desde que nos juntamos, acordamos que las decisiones las tomaríamos en asamblea y que todos los temas del colectivo se hablarían en asamblea”.
Esta forma de organizarse les permitió tomar el control de todo el proceso: desde decidir colectivamente el nombre de su emprendimiento y la designación de cargos, hasta deliberar sobre la integración de nuevas compañeras. Además, todas aprendieron a dominar cada aspecto del trabajo: el cuidado de las gallinas, la preparación de alimentos orgánicos, el acopio y selección del huevo, así como la comercialización en puntos de venta en Bacalar, logro por el cual se siente muy orgullosas.
“Sabemos que estamos vendiendo un producto de gran calidad, certificado como orgánico, que lleva todo nuestro trabajo y cuidado”, resalta Zuemi Ku, pero el logro es más profundo y significativo porque también enfrentaron la incredulidad de sus familias cuando decidieron emprender, las críticas de sus parejas y otras personas que no creían en su iniciativa y les decían que eso era una pérdida de tiempo y que mejor se regresaran a atender a sus hijos. “Pero les hemos demostrado que sí podemos, que hemos aprendido y seguimos aprendiendo”, comparte Zuemi.
Este aprendizaje colectivo se fortalece gracias a la diversidad generacional del grupo. “El colectivo Pollita Feliz está integrado por mujeres de distintas edades. Aquí convivimos mujeres jóvenes y más adultas. De mi familia, participo yo, mi hermana y mi mamá”, refiere Zuemi, Arely Ku. Esa diversidad generacional también ha permitido articular saberes técnicos con conocimientos tradicionales y empíricos, aportados por las mujeres del colectivo. Este cruce de experiencias, sumado a su compromiso y transparencia, ha sido clave para que el emprendimiento comunitario alcance un buen nivel de consolidación.
Lidia Mo Pol, subraya que “con hechos hemos demostrado que sí valía la pena destinarle tiempo y trabajo a este proyecto, que además de ser un reto personal, nos permite compartir el conocimiento con nuestras familias, podemos aprovechar nuestro terreno para criar a nuestras gallinas, aprovechamos algunas plantas como alimento para las aves y así podemos complementar la economía familiar sin tener que salir a buscar opciones de empleo en la ciudad”.
Además del dominio técnico, las mujeres tuvieron que desarrollar habilidades comerciales que no imaginaban tener, visitando comercios y restaurantes de Bacalar para construir su mercado, “Hasta eso tuvimos que aprender, a relacionarnos con otras personas para negociar la venta de nuestros huevos”, cuenta Zuemi. Era necesario que se reconociera y valorara tanto la calidad, como el distintivo orgánico de su producto para hacer más rentable el emprendimiento.
Pero este nuevo desafío también reveló la fortaleza de su organización colectiva: “es una ventaja de trabajar como colectivo que entre todas nos echamos la mano; si una no puede ir a entregar, otra compañera la cubre; si alguna necesita algún apoyo, las demás compañeras la apoyamos. Por eso es importante también que todas sepamos realizar todas las funciones”.
Puntualiza que, aunque ya tienen un pequeño nicho de mercado, el deseo del colectivo Pollita Feliz es incrementar su capacidad de producción y poder vender en otras localidades. Para ello, es necesario que las socias del colectivo puedan tener más gallinas y, sobre todo, que otras compañeras puedan sumarse, aunque eso toma tiempo porque implica inversión económica, capacitación y articulación.
La experiencia de Pollita Feliz demuestra que las mujeres están construyendo alternativas económicas que no requieren abandonar sus territorios ni sacrificar sus vínculos familiares y comunitarios. Su organización colectiva les ha permitido crear espacios de autonomía económica mientras fortalecen los lazos entre generaciones y transmiten conocimientos.
Comparte Zuemi que “la vida en la comunidad, en Kancabchén, me gusta mucho y creo que también a la mayoría de las compañeras del grupo, porque es más tranquila, uno está con la familia y ya nos conocemos, en cambio, en la ciudad todo es más ajetreado, la gente no se conoce, hay malos tratos y no siempre se puede encontrar trabajo. Además, allá todo es más caro, por eso le estamos poniendo mucho empeño a este proyecto, creemos que sí se puede salir adelante en la comunidad, pero también es muy importante el apoyo de la familia, de la capacitación y acompañamiento. Espero que el proyecto siga creciendo y que más mujeres se animen a desarrollar sus proyectos para sacar adelante a sus familias”.